La última mujer sobre la Tierra (1960): Reseña Rebañada




Reseña bien spoilerosa de la película "Last Woman on Earth" (Roger Corman, 1960). Al ser de dominio público, está en inglés por todas partes, incluso en color. Aquí está doblada al español.

 

TEXTO ÍNTEGRO


En nuestra primera tertulia, Llompart y yo estuvimos hablando de «El último hombre sobre la Tierra». A modo de broma, dijimos que podríamos hacer una secuela: «La última mujer sobre la Tierra». Lo que no recordábamos era que ese título ya existía. Pertenecía a una película cuatro años anterior. De Roger Corman, nada menos.

Roger Corman no es tan famoso donde vivo. Yo lo conocí porque mi tío me habló de él cuando notó mi interés por el cine. A los dos nos fascinaba su modo de trabajo: con el presupuesto de una película, filmaba dos. «La última mujer sobre la Tierra» se produjo a la par que «El monstruo del mar encantado». Tiene los mismos técnicos, los mismos protagonistas... ¡Había que aprovechar que los enviaban a Puerto Rico!


Comienza con tres personajes principales a los que acompañaremos a lo largo de una hora.

Sí, una hora. Una vez pasa de 60 minutos, ya cuenta como largometraje, ¿no?


Los protagonistas son Harold, Eva y Martin.

Los conocemos viendo una pelea de gallos donde se apuesta por el gallo más gallito.


Harold es un hombre chapado a la antigua. Uno de esos individuos que los invitas a una comida familiar y quieren tener el vino cerca. De esos que a los dos vasos empieza a alzar la voz, diciendo:

«¡En mis tiempos, yo era el único que sabía empujar!»

Signifique lo que signifique eso.


Su esposa es Evelyn, o sea, Eva; una sumisa rubia florero. Un subproducto de los años 50. Una de estas señoras que de anciana le sigue explicando a su marido la película: «Son lesbianas, Harold.»


Por último, Martin, el abogado de Harold. Un tipo respetuoso, juvenil, escribió el guion de «Chinatown»... ¡Un partidazo!


Mientras bucean en las costas de Puerto Rico, pasa algo en la superficie y todo el mundo se muere porque de repente no hay oxígeno. Ellos se salvan porque tenían bombonas.

La película no te explica qué pasó, ni falta que hace. Este incidente es la excusa para aislar a esta mujer con estos dos gallitos. A partir de aquí, lo que importa son las interacciones y el drama.

Dicho esto, si alguien quiere leer un relato donde sí te cuentan todo lo que esta peli no te cuenta, busquen un cuento largo o novela corta de Arthur Conan Doyle que se llama «La zona ponzoñosa». Forma parte de la pentalogía de aventuras del profesor Challenger:

* El mundo perdido.

* La zona ponzoñosa.

* Cuando la Tierra lanzó alaridos.

* La máquina desintegradora.

* El abismo de Maracot.

Las más recomendables son las primeras. Son las que de verdad puedes disfrutar su lectura.


Total, el trío vuelve al hotel y deciden creer que están solos en el planeta Tierra. Roban un coche y se meten de okupas en un casoplón con vistas al mar. Se ve que tenían ganas de hacer eso de todas formas; por eso aceptaron tan rápido que estaban solos.

Consejos para futuros guionistas: tus personajes deben tener algún rasgo que permita identificarse con ellos. Ya sea que les guste dibujar en la arena o irrumpir en viviendas.


Una vez se asientan, Eva empieza a volverse demasiado encantadora para Martin. Harold se da cuenta y empieza a ponerse posesivo:

«¡Eres mi mujer!» Y hala, pa la cama.


Pero por mucha cama y muchos deberes maritales del siglo pasado, Harold no tiene conversación. Ahí entra el abogado, que hablando y hablando cubrirá las necesidades que tiene Eva de un novio atento y enamorado. O como dirían en Chile, un pololo.

Gradualmente, empezarán a entenderse en sus propios términos; hasta que llega la mejor escena de todo el filme.

El pololo ha ascendido a primera división. Viste elegante. Ella también viste como una fantasía cincuentera. Se dicen cosas significativas, como:

«Haces muy bien los martinis» [You make a nice martini.]

O el súmmum de las conversaciones íntimas:

«¿Qué tal te ha ido el día?» [Tell me about your day.]

¡Estos dos van muy en serio!

Lo que pasa es que Eva está tan acostumbrada a las relaciones abusivas que desvía la conversación a una discusión de matrimonio disfuncional. Y Harold les pilla en mitad de la neurosis.

Esto puede significar más de una cosa. Puede ser una representación de que en realidad los ha pillado con las manos en la masa. O también puede ser un giro de evolución de la personalidad de Harold, ya que el hecho de que le importe tanto que Eva tenga discusiones de casados con Martin es un rasgo que saca a la luz su lado más femenino.

Sea como sea, ¡viva la sutileza!


En el último cuarto del metraje, la tensión rebasa el límite y los dos tipos empiezan a malencararse. El abogado ya no quiere defender a su cliente.

Martin rapta a Eva y se la lleva a la iglesia del pueblo. No es para casarse, es para esconderla mientras él roba la lancha de Harold. Pero Eva se queda pensativa porque Martin le ha dicho que no quiere tener hijos.

Yo no soy quién para inmiscuirme en vuestra relación adúltera post-apocalíptica, pero... Martin, no estás siendo buen pololo.


Harold y Martin tienen una de esas persecuciones-barra-peleas-barra-rutas turísticas y la locación se parece mucho al castillo del Papa Luna de Peñíscola.

En la película de «El monstruo del mar encantado», Roger Corman filmó poco más que un barco y el mar. Si sólo hubiera filmado ese encargo, hubiera sido un desperdicio de viaje. En cambio, aquí nos enseña un montón de calles portorricenses y este castillo que parece salido de un RPG. ¡Que alguien vuelva ahí para filmar la peli de «Illusion of Time!»


La pelea en la playa es casi romántica si la pasas a cámara lenta. Pero un par de golpes en la cara le pasan factura al pobre Martin. Mientras muere en la iglesia, empieza a sufrir delirios y a decir cosas que en 1960 eran muy locas.

Primero, que el dinero ya no tiene validez.

A ver, un poco de razón sí que tiene, porque al no quedar nadie que te lo acepte, el dinero efectivamente ha perdido su significado como constructo imaginario de la sociedad. Hasta ahí bien.

Luego, que no quería hijos.

De acuerdo, es lícito que no quiera tenerlos. Sería una buena oportunidad para repoblar el planeta, pero oye, no vamos a forzar al hombre. ¡Si se quiere ir al Polo Norte, que se vaya!

Pero para rematar, va y dice que Dios no existe. ¡Dentro de una iglesia! ¡La iglesia donde Eva le estaba esperando! Martin, eso no es forma de quedar bien con una dama.


Por eso al final Eva piensa:

«¡Menos mal que me di cuenta de que el Nice Guy este era un comunista! ¿Dónde vamos a parar? Me quedo mucho mejor con este otro. Es un psicópata narcisista con incipientes problemas de alcoholismo, pero por lo menos ya era mi marido de antes. ¡Cuenta con el sello de aprobación de Dios!»


Y así es como termina «La última mujer sobre la Tierra», una alegoría que mezcla ciencia-ficción blanda con presupuestos austeros para una vez más repetir a las mujeres el mensaje de:

«Quédate con el que sepa empujar.»


No es una película que corra prisa ver. Para muchos, puede bastar con ver esta reseña. Pero estés de acuerdo o no con sus mensajes, esta peli tiene detrás un trabajo mayor del que parece. Sus únicos puntos flacos provienen del contexto histórico en que se produjo. De ahí que el final pueda no gustarte.

Pero piénsalo: un final donde la mujer abandona sin más al marido ¿sería un final sorprendente?

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