Soy leyenda: 1964, 1967, 2007 y parodia

 La novela Soy leyenda, de Richard Matheson, ha contado con diversas adaptaciones. Al iniciar el canal, recordé que la versión de 1964 con Vincent Price era de dominio público, por lo que podría emplear su metraje con libertad. Esto encendió mi curiosidad y acabé dedicándole mi atención al resto de versiones, exceptuando las de Charlton Heston y Mark Dakascos.

Nuestra primera tertulia trató la primera adaptación oficial de Soy leyenda: "El último hombre sobre la Tierra".


A continuación, merecía la pena detenerse a comprobar cómo se había portado el mediometraje español de 1967, producido como trabajo de fin de curso para la Escuela Oficial de Cinematografía.

Al final de esta entrada he puesto el texto íntegro original de la reseña.


No podía faltar la versión del 2007, quizá la última que veamos centrándose en la acción.


Lo curioso es que yo no pensaba que me fuese a gustar. Me decidí a ver la Soy leyenda del 2007 para poder escribir el guion de esta parodia, que marca lo primero que grabé con el colega Llompart.


SOY LEYENDA (1967)


Esta reseña rebañada va a tratar «Soy leyenda». La de Will Smith no. Tampoco ninguna de las adaptaciones anteriores de la novela de Richard Matheson. Va a tratar «Soy leyenda», la versión española.


Técnicamente, este mediometraje de 36 minutos no es una película. No al menos lo que solemos llamar película. Es un trabajo de práctica de la Escuela Oficial de Cinematografía. Durante el curso 1966-1967, Mario Gómez Martín y otros estudiantes produjeron esta pequeña joya.

Parte de sus valores respecto al resto de cine español de la época se deben a que en ningún momento se pretendía llevarla a las salas de cine ni a festivales. Sería un humilde secreto. Tan secreto, que aunque yo sabía de su existencia, no pude verla hasta la cuarentena de marzo del 2020. Gracias, Filmoteca Española, por la iniciativa El Doré En Casa, que empezó a poner a disposición de internet una película distinta cada media semana. «Soy leyenda» llegó a repetir pase junto con «Can», otra práctica del director sobre un señor que se va convirtiendo en perro.

La libertad de saber que la única censura a temer sería un suspenso les dio la seguridad de poder experimentar. La mayoría de las escenas me gustan. Entendieron la novela más que otras adaptaciones. Pero el conjunto general tiene una calidad demasiado irregular. Incluso aunque este mediometraje se hubiera producido para salas, no podríamos llamarlo un clásico de la historia del cine español.


A lo largo de esta reseña, compararé esta versión con la de un par de años antes, «El último hombre sobre la Tierra», protagonizada por Vincent Price. La versión española respeta el nombre del protagonista: Robert Neville. Pero la anterior con Price cambió su apellido. Así que para referirme a la adaptación de Gómez Martín diré Neville, y para referirme a la adaptación de Ragona y Salkow diré Morgan.


Neville está interpretado por Moisés Menéndez. En cine no hizo mucho más, pero me da la impresión de que pudo ser un actor de teatro; de esos que hacen de un secundario y levantan la función. Su aspecto adusto y castellano no se parece a la imagen que yo tenía de Robert Neville mientras leía la novela, pero se aproxima más que Vincent Price o Charlton Heston. ¡Y sobre todo, mucho más que Mark Dacascos!


Los rótulos iniciales para ponernos al día duran dos minutos y medio. Con dos minutos bastaba. Algunos rótulos tardan demasiado en retirarse de la pantalla. Supongo que las sobreexposiciones eran algo delicado de hacer en laboratorio y tuvieron que hacer aparte la recopilación del material documental. También puede estar relacionado el hecho de que los cines españoles de esos años solían proyectar antes de las películas el No-Do, un noticiero documental. En tal caso, la duración de este prólogo con imágenes de archivo estaría relacionada con la idea que el No-Do implantó de cuánto debe durar un reportaje. Cosas como esta también explicarían los planos donde se ve a alguien fumando.


Los gritos de estos vampiros dan mucho miedo. Suenan como los borrachos que invaden las calles en las fiestas patronales, o los típicos vecinos con problemas. Tiene sentido que Neville viva en un panteón de piedra inexpugnable mientras que Morgan vivía en una casa de barrio residencial clase media-alta, tomándose un café mientras el torno le pulía las estacas.

Además, donde Morgan pasaba la noche aburrido de la algarabía lenta y apagada de los vecinos, Neville trata de solapar los alaridos animales leyendo. Su voz mientras intenta leer es la voz de la cordura, tratando de salir a flote entre el griterío de los depredadores.

Lo malo es que repiten demasiadas veces el mismo «take» de gritos. Parece como si uno de los vampiros hubiera grabado diez segundos de los primeros gritos y el resto de la noche estuvieran ahí fuera callados, reproduciendo la grabación tan tranquilos, en modo repetición. La primera vez que lo oyes, te horroriza, pero enseguida va perdiendo terror a pasos agigantados. Los zombies de Morgan no asustaban tanto con sus gritos, pero al menos podías creer que montaban guardia toda la noche.


Las ejecuciones de vampiros a manos de Neville también dan mucho más miedo. Tienen más fuerza. El montaje disimula menos la violencia, no como con las ejecuciones de Morgan, que pasaban de puntillas conectando fundidos encadenados. La versión española muestra sin reparos que Neville se ha convertido en un monstruo.


Entonces llega el recuerdo de la esposa. Salvo por el automóvil distinto y la presencia de un vecino no vampiro, puedes tardar en percatarte de que han saltado al pasado. El cambio de secuencia no se muestra más que con un fundido a negro y otro fundido desde negro.

Neville lleva a su esposa en brazos como si fueran recién casados, como si el agujero donde la entierra fuera el lecho nupcial. Toda la secuencia del recuerdo es uno de los puntos fuertes del mediometraje. La forma de tumbarse desolado con los pies en la almohada, como si su mundo se hubiera vuelto cabeza abajo. La forma de caminar lento en la penumbra hasta la puerta. La forma en que la secuencia termina en un corte seco después de que su esposa simplemente susurre su nombre.


Esta gente apenas tenía medios, pero tenían muy claro cómo se hacen las cosas bien.


Ahora, la escena de la iglesia.

Neville entra a una iglesia católica donde ocultaba el ataúd de su esposa. Su intención es estar a su lado un rato, pero enseguida se encuentra a un vampiro durmiendo justo debajo de un crucifijo enorme. Antes de clavarle una estaca, descubre en su pecho un tatuaje en caracteres arabescos. Ese vampiro pudo acceder a la iglesia porque en vida fue musulmán.

En un primer momento, esto me pareció un gran acierto. En la novela solamente mencionaban de paso esta teoría de que los vampiros temen las cruces porque en vida fueron cristianos, y que por tanto, un resucitado no cristiano sería inmune a las cruces. El colmo de esta idea fue desarrollado en una escena cómica de «La momia», de 1999.

Sin embargo, la parte del vampiro musulmán, que tanto me llamaba la atención, enseguida queda anulada con la parte del reloj detenido.

En la novela, la parte del reloj detenido era muy emocionante. Lo eché de menos en la versión con Vincent Price. Pero ahora creo saber por qué los guionistas de «El último hombre sobre la Tierra» tomaron la decisión de suprimirla.

Repasemos lo que sucedió en la versión española.

Neville entró a una iglesia cristiana abandonada para visitar el féretro de su esposa, pero se entretuvo un rato con un vampiro inmune a las cruces. Cuando salió de la iglesia, se dio cuenta de que su reloj se había detenido; se le había hecho tarde para volver al refugio. Pero como lo último que le vimos hacer no fue reclinarse compungido junto a su perdido amor sino hacer de Van Helsing, podemos entender que la razón de que se haya olvidado del reloj no se debe a sus trágicos sentimientos de duelo, sino a que se despistó con algo que hace todos los días.

En cambio, aunque la versión italoamericana no nos inunde de planos detalle del reloj, sí permite que Morgan se quede dormido al lado de su esposa. El reloj es lo de menos, lo que importa es la conexión emocional. Y si para conseguir esa conexión emocional con el protagonista tienes que cortar la parte de acción, pues no hay más remedio. Tienes que cortarla. La idea de un vampiro durmiendo debajo de un crucifijo es muy original, pero anula el sentimiento de la escena de la iglesia, donde Neville tiene que cometer el error de quedarse más tiempo del esperado. Debe poder sentirse vulnerable para relajarse y bajar la guardia. Eso es lo que le da todo el peso y significado al momento del reloj detenido.

También porque es la señal de que ahora viene la escena de acción nocturna con muertos vivientes que beben sangre.


No hay subtrama del perrito, pero los puntos que esta versión pierde por un lado, los gana por otro.

Neville busca con odio a su antiguo amigo. Grita su nombre con el mismo desprecio feroz con que los vampiros suelen gritar el suyo.


De ahí pasamos directamente al encuentro con Ruth, la mujer con el nombre bíblico más spoiler que había. El paisaje es apocalíptico, desolador. Cosa que contrasta con el excesivo maquillaje de Ruth. O sea, está justificado que tenga que verse saludable y atractiva porque es una enviada de los vampiros. Pero todo el mediometraje consigue una impresión de atemporalidad, y de repente llega Ruth y nos caemos en los locos años yeyé.


Toda la trama de Ruth en la fortaleza de Neville debería conducir al clímax de una forma orgánica, pero siento que los diálogos son demasiado rígidos. Todas las escenas donde Neville ha estado a solas han sido impresionantes. Pero en cuanto empieza a hablar con otra persona, suena como esos doblajes aficionados donde cada cual se grabó por separado y los registros no casan. No parece que hayan grabado la sonorización todos juntos en sala, para darse la réplica.

O quizá también sea porque el guion quiso condensar demasiada información y al final se hacía imposible que los actores hablasen como personajes vivos.

Seré generoso. Diré que está justificado porque el virus afecta al habla.


Cuando Ruth revela que era una espía, se quita una peluca. Ya no es rubia. Ahora es morena.

No sé qué mensaje quiso dar porque la última parte es un poco apresurada. Pero me parece curioso.

Sentí que yo también habría incluido una peluca si yo hubiera escrito una adaptación de «Soy leyenda» cuando empecé a escribir guiones. Pero yo no hubiera puesto a una morena con peluca rubia, sino a una rubia con peluca morena.

Cuando yo era niño, no existía tanta variedad y complejidad de tintes. Muchas señoras mayores acostumbraban a teñirse de rubio para ocultar sus canas o estar a la moda. De ahí que yo tuviera asociado de niño el cabello rubio a la falsedad. Mi Ruth habría sido una rubia que finge ser morena para aparentar honestidad.

Pero hoy en día me hubiera dejado de pelucas. Hubiera puesto a todos los infectados como si fueran albinos y listo. El único con melanina sería Neville.


El final del mediometraje difiere de la novela. Una práctica de escuela no se podía costear un ejército de vampiros zombies con camiones y lanzas. Pero la forma de contarlo y las elecciones de fotografía hacen de este final una experiencia más memorable que la de «El último hombre sobre la Tierra».


Es triste que el cine de España sólo pudiera alcanzar estas cotas de lucidez en determinados cineastas... y en los trabajos de práctica de la Escuela Oficial de Cinematografía.

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