The Curse of the Cat People (1944) - Reseña Rebañada
The Curse of the Cat People, secuela de Cat People de Jacques Tourner, no obtuvo tanta acogida como la original. El título se tradujo de muchas maneras distintas: en México fue Maldición legendaria, en España fue La venganza de la mujer pantera y en Argentina fue La maldición de la pantera. Pero no hay ni maldiciones ni venganzas ni panteras. Bueno, sale un gato en la primera escena, pero un niño lo asusta y el gato se enfada y ya no vuelve.
¿Por qué la secuela no es tan recordada? Por mala publicidad. A espaldas del productor, Val Lewton, la RKO anunció The Curse of the Cat People como una historia escalofriante donde la Mujer Pantera regresaba del mundo de los muertos para dar mucho miedo a una niña inocente. De esa premisa, la única palabra que decía la verdad era inocente. Y si me apuran mucho, a lo mejor también niña. El resto, pura publicidad engañosa. La gente fue al cine, pagó por una película que tenía «maldición» en el título y salió decepcionada. Lógico. Tenían que haber seguido el plan original del guionista y titularla "Amy y su amiga".
AMY PARECE ESTAR SOLA
Amy es una niña muy cariñosa y llena de creatividad. Va al cole como todos los niños de su barrio. Sin embargo, Amy es una niña un poco distinta a sus compañeros. Tiene una vida interior muy intensa y profunda. Esa es una de las dos razones por las que le cuesta mucho ser amiga de los otros niños; la otra razón es porque los otros niños son una bola de imbéciles sin respeto ni decencia humana. ¡En serio, revisen la película! Verán que Amy no llega a coincidir con un solo niño amable ni comprensivo. No conoce a nadie con quien compartir su apreciación de la belleza de la vida. Son todos unos boomers en el mal sentido, siempre quejándose:
«¡Profe! ¡Profe! ¡Amy ya está otra vez usando su imaginación!»
«¡Profe! ¡Profe! ¡Amy estaba admirando una mariposa y yo la he aplastado con mis dedos hasta destruirla, y encima se ha enfadado!»
Bueno, a mí también me dolió la muerte de la mariposa, pero la verdad es que no me puedo enfadar con el niño que la aplastó. La película empieza el día en que Amy cumple 6 años, así que deduzco que ninguno de sus compañeros tendrá más de 7. Hasta más o menos los 7 años, los nervios y músculos de nuestras manos no se terminan de formar, lo que implica que la mayoría de los niños que salen en la película tienen alguna dificultad con la motricidad fina. Si les cuesta escribir, ¿cómo no van a aplastar una mariposa? No puedo ser tan hipócrita de sospechar que Amy pueda estar en el espectro autista y no considerar que el niño aplastón pueda tener otra condición que le dificulte agarrar las cosas bien. Digamos que fue un triste accidente que terminó con Amy castigada por abofetear al niño.
Después de haber visto en la primera parte al psiquiatra, tenía miedo de las opiniones de la maestra. Pero la maestra de Amy es la voz de la razón. Si el padre de Amy hubiera escuchado sus palabras, nos ahorraríamos todo el drama. Sin embargo, el padre de Amy no es un señor cualquiera: es Oliver Reed —no hay parentesco—, el que fue marido de Irena Dubrovna en Cat People. Después de morir Irena, se casó con Alice; y como en Nueva York estaban hartos de brujerías, se mudaron al lado de Sleepy Hollow.
Oliver está muy preocupado por su hija porque Amy tiene tanta imaginación que le recuerda a su primera esposa. Él no vio la imagen completa de lo que pasó en Cat People y sigue pensando que fue la fantasía lo que llevó a Irena a la perdición, así que no deja a Amy pasar una fantasía sin castigo. En realidad, lo inquietante es que no solamente adiestra a su hija con castigos; también emplea el reforzamiento positivo.
PELIGROS DEL CONDUCTISMO RADICAL
Para las personas que no estén familiarizadas con el ABA o Applied Behavior Analysis —análisis conductual aplicado—, el reforzamiento positivo es una de las tácticas empleadas para manipular el comportamiento de gente autista cuando todavía son niños y su opinión no importa. Aunque tenga la palabra «positivo» en el nombre, el reforzamiento positivo es algo muy negativo a largo plazo. No es un simple sistema de premios, es una cosa bastante más retorcida. Muy resumido, consiste en alejar al sujeto de todo aquello que le aporta felicidad o autonomía propia, y devolvérselo solamente si obedece órdenes.
El ABA, trágicamente, es el sistema más difundido y financiado a la hora de tratar las dificultades de adaptación que conlleva el autismo. Sin embargo, no han inventado nada. Es el mismo método que usaban los padres de los años 40 cuando tenían un hijo que no jugaba con los demás, pero le han puesto nombres que suenan a científico. Invito a investigar sobre el ABA y sobre organizaciones capacitistas como Autism Speaks, que se llevan la mayoría de la atención de los medios y son los últimos en los que se debiera confiar.
¿AMY ES AUTISTA?
¿Por qué he sacado este tema? Porque Amy podría ser autista; al menos, según la definición actual, no la de su época. Cuando alguien pregunta por cine sobre autismo, la mayoría de la gente se lanza a recomendar pelis del estilo de Rain Man. Es decir, películas donde se emplea mucha jerga clínica, pero que a la hora de la verdad el protagonismo recae en el familiar o el acompañante neurotípico.
En cambio, yo recomiendo pelis del estilo de esta. En The Curse of the Cat People, Amy es la protagonista de verdad. Sus padres también tienen una función muy importante en la historia, pero no todos los eventos dependen de ellos. No depende de ellos que Amy se divierta con sus compañeros de la escuela. No depende de ellos que Amy se acuerde aún de la vez que a los 3 años le contaron un cuento de un árbol que era un buzón mágico, y que por eso las cartas no han llegado a su destino.
En esta trama no hay antagonistas propiamente dichos, pero buena parte del conflicto proviene de Oliver; de la ansiedad de Oliver. Al inicio de la película, Amy es feliz. No tiene problema con que los otros niños no pasen tiempo con ella. Tiene cosas más importantes a las que prestar atención: la creación de sus propios juegos, las mariposas, el viento entre las ramas... Pero una y otra vez, la ansiedad de Oliver la empuja a una espiral de autodesprecio. La única razón por la que la historia acaba bien es gracias a la anciana de la casa embrujada.
MISTERIO EN EL VIEJO CASERÓN FARREN
La faceta de misterio de la película viene de la mano de Barbara Farren, la supuesta hija de la Sra. Farren. Nunca llegamos a saber si es su hija o es una impostora. En principio, yo creo que sí es su hija, porque es lo que me funciona a mí en el drama. Pero no hay modo de decirlo a ciencia cierta. La cuestión se complica cuando ves que Elizabeth Russell también interpretó a mujeres misteriosas en otras dos películas de la misma continuidad. Sí, existe el «Lewtonverso».
En Cat People, Russell era la mujer gato que llamaba «hermana» a Irena. Y en The Seventh Victim, era en efecto una impostora. Todo esto nos lleva a una espiral de pruebas circunstanciales con las que podemos armar la teoría que más nos plazca, pero ninguna definitiva. A menos que hagan otra secuela, nunca sabremos por qué la Sra. Farren da por muerta a su hija, pero después de leer un artículo donde mencionan al guionista, doy por sentado que se debió a una de esas razones de las que no se podía hablar en el Hollywood del Código Hays.
Una pista importante del Lewtonverso es que siempre ofrece explicaciones terrenales para los misterios sobrenaturales. Los rugidos de pantera eran el motor de un autobús. Los galopes de caballo eran llantas rotas. Dicho esto, para que funcionen ciertas escenas es necesario que las ideas sobrenaturales se te pasen por la cabeza. Necesitas esa ambigüedad para que las partes de pesadilla se sientan exactamente como en una pesadilla.
UN ESFUERZO PARA CONECTAR CON AMY
Me siento identificado con Amy porque a su edad yo era bastante parecido. Puedo comprender ese sentimiento de que no vale la pena esforzarse por conectar con la mayoría de los niños porque ellos no van a esforzarse para conectar conmigo. El verdadero problema aquí es que los neurotípicos son mayoría, y por tanto no tienen la necesidad de esforzarse por una persona en otra onda porque pueden encontrar amigos en cualquier sitio.
«¿Amy me supone esfuerzo? ¡Pues paso de ella! ¡Hay más peces en el mar!»
Y mientras tanto, Amy se queda con la mano en el aire, sin que nadie se la estreche. Sintiendo que nadie la quiere, y viendo confirmada su teoría cuanto más se esfuerza en negarla.
En parte, la historia de Amy está basada en la niñez del productor, Val Lewton, así como en su relación posterior con su propia hija. Podríamos decir que Lewton es Amy y también su padre. No obstante, diría que las trazas de rasgos neurodivergentes provienen del guionista, DeWitt Bodeen, que cargó las tintas en la Sra. Farren.
LA VIDA ES PURO TEATRO
La anciana de la casa supuestamente embrujada es quien muestra unos rasgos más evidentes. Su frase de presentación dice mucho de ella: «La luz no es amable». Se asemeja a lo que dijo Irena en la primera parte: «La oscuridad es amistosa.» Para muchos autistas, es un asunto de hipersensibilidad sensorial. A veces, sobre todo cuando estamos cansados, vemos todo más brillante, como en una fotografía sobreexpuesta. Con menos luz nos podemos relajar mejor y ser nosotros mismos.
Otro momento que revela muchísimo sobre la Sra. Farren es cuando improvisa un escenario en su salón para contarle a Amy el cuento del Jinete sin Cabeza. Es muy común que los actores de teatro —y los mejores actores de cine— entren en una especie de trance, que los antiguos llamaban «posesión de Dioniso». Este trance es similar a lo que en el ámbito de la neurodivergencia se llama hiperfocalización. Es decir, el trance que los neurotípicos apenas tienen en determinados momentos de necesidad, algunos neurodivergentes podemos tenerlos más seguido. Por ejemplo, la gente con TDAH depende de tener estos trances para poder avanzar las tareas complicadas. Esto no nos convierte por defecto en mejores actores, pero cuando se dan las circunstancias adecuadas y la tolerancia hacia nuestros rasgos de personalidad, puede salir un Anthony Hopkins.
El lado inconveniente de entrar más fácil en ese trance es que es mucho más doloroso tener que salir de él sin previo aviso. Para la Sra. Farren es muy importante dedicarle a su nueva amiga esa representación teatral; de modo que cuando el inoportuno de Edward llama a la puerta, ella tiene el dilema de perder toda su concentración o ignorar los golpes. Y gracias a que la hija misteriosa andaba cerca para abrir la puerta, la actriz puede incorporar los golpes dentro de la representación.
Este tipo de «actuación verdadera» consume mucha energía mental. La anciana, una actriz clásica, ha logrado derivar el impacto de la primera interrupción. Pero no puede sobreponerse al segundo impacto. Apenas ha terminado de ser pronunciada la última sílaba de la última palabra de la leyenda, Edward vuelve a interferir en el ritmo. Al arrebatar a Amy de la butaca, remata la función con una nota discordante. Por eso la anciana es expulsada bruscamente de su trance y ya no es ni siquiera capaz de decir un simple adiós. Ha entrado en lo que los oralistas suelen llamar un estado no verbal; en un mutismo selectivo.
Entre nos, es mucho mejor usar el término mutismo situacional, ya que nosotros no estamos siendo selectivos, no nos estamos callando por capricho. Lo que nos bloquea es la adversidad de la situación.
Amy repite su adiós en busca de una respuesta, pero en ese momento, para la Sra. Farren un mero adiós protocolario sería demasiado.
Bien pensado, muchos autistas sentimos toda comunicación oral como una representación de teatro. La diferencia es que cuando charlas con alguien tienes la ansiedad de no saber por dónde irá el diálogo y la seguridad de saber que te puedes ir; mientras que cuando haces teatro tienes la ansiedad de saber que no te puedes ir y la seguridad de saber por dónde irá el diálogo.
AGUA Y ACEITE
Cuando los adultos ven que un niño se está quedando solo, tristemente es demasiado común que le insistan en que tiene que relacionarse más. Es injusto. Si ese niño pudiera hacer amigos con cualquiera, haría amigos con cualquiera. Exigirle más de lo que ya hace es cargar toda la responsabilidad sobre él. Es pedirle que reniegue de su propia identidad para acomodarse a las masas. Pero tú jamás te enfadarías con el agua por no mezclarse con el aceite, ¿verdad? También el aceite tiene su responsabilidad. Si quieres que el agua y el aceite se mezclen, tendrás que hacer salsa mayonesa. El agua tendrá que ser más que agua, y el aceite tendrá que ser también más que aceite. De lo contrario, estarás culpando al niño marginado de tu falta de experiencia como educador.
SÍ / NO
De niño, los adultos me llamaron muchas veces aparte para insistirme en que no me esforzaba lo suficiente, y que los demás «me estaban esperando». ¡Como si yo fuera un fantasma que se negase a ir a la luz! Pero yo nunca vi que hablasen con mis compañeros para que me incluyeran ellos en sus juegos. No sería natural, ¿no? Claro que no, porque eso sería violentar la espontaneidad del juego. No se le puede pedir a los niños que anden persiguiendo a quienes no sienten como semejantes.
Entonces, ¿por qué contra los autistas sí se ejerce esa injusticia? ¿Por qué tenemos que hacer nosotros el doble o el triple de esfuerzo para perseguir unas amistades que quizá ni siquiera nos interesan?
Esta semana vi en redes una historia social explícitamente dirigida a alumnos autistas. En ella, un niño pedía a otros niños jugar con ellos y le respondían que no. Hasta ahí, bien. Esto también puede pasar. A lo mejor ahora es cuando se dan consejos sobre cómo aceptar que no puedes conseguir todo con buenos modales. Pero en lugar de profundizar en los matices de la aceptación de aquello que no depende de ti, esta historia social —aparentemente diseñada por un psicópata— detallaba al lector neurodivergente cómo debía tragarse sus emociones y largarse donde no moleste.
¿Por qué a nosotros se nos prohibe decir NO, pero a los neurotípicos no se les obliga a decir SÍ?
¿AMIGO O AMO?
Hay un personaje que representa a la perfección la injusticia de esta incongruencia: Dobby, el elfo doméstico.
En las novelas y películas de Harry Potter, Dobby es un elfo que vive como esclavo de un mago. Él siente simpatía por ciertas personas, pero no puede cultivar ninguna amistad hasta que es libre de esa esclavitud.
Del mismo modo, Amy no podría disfrutar de ninguna relación con ninguno de esos niños porque la iniciativa no parte de ella misma. Son órdenes de su padre, que cree poder arreglar todo por la vía puramente conductual.
Pensándolo en frío, Amy tuvo una buena suerte extraordinaria al ser rechazada por los niños. ¡Con ellos hubiera acabado fatal!
¡En la Puerta nº 1 tenemos al Niño Soldado! Sus intereses son jugar a que mata gatos. ¡Algún día matará a un gato de verdad! ¿Será suficiente para él?
¡En la Puerta nº 2 tenemos a las Niñas Cotillas! Sus intereses son quejarse de todo. ¡Hablarán mal de ti a tus espaldas y también delante de ti!
¡Y en la Puerta nº 3 tenemos al Niño Que Pasa Olímpicamente De Ti! Sus intereses son cualquier cosa menos tú. Al contrario que otros niños, en los que unas veces puedes confiar y otras no, ¡en él no podrás confiar nunca! ¡Es una apuesta segura!
Amy necesitaba a alguien de su misma sensibilidad, como la Sra. Farren. ¡Pero el capacitismo ataca de nuevo! La anciana tenía fama de loca, y Amy no tenía permiso para visitarla a solas. La pobre niña vive víctima de unas circunstancias demasiado estresantes. Su padre no para de pedirle cosas de doble vínculo. No puede tener amigos de su edad, pero tampoco se le permite quedar con su vecina, la actriz que sabe cuentos. ¿Qué otra opción tenía? Una amiga imaginaria.
TULPAS
La sociedad actual tiene miedo de aceptar y reconocer la función de los amigos imaginarios. Sin embargo, leemos novelas. Podemos leer el libro de Peter Pan en el tren sin sentir la más mínima vergüenza. Pero al llegar a la parte donde el autor pide a todos los lectores que aplaudan para que Campanilla no se muera, ¿de repente las normas cambian? ¿No vas a salvar la vida de un hada porque los demás te van a mirar raro?
Vivimos rodeados de personajes imaginarios.
¿Por qué hay cada vez más conflictos entre las personas? Porque no nos aceptamos mutuamente tal como somos. Tenemos la idea fija de que los demás tienen que ser de una determinada manera. Abusamos de nuestra imaginación y de esas personas proyectando sobre ellas personajes imaginarios que no se corresponden con la realidad.
¿Quiénes somos para decidir la función de los demás en nuestra vida?
Este es el «pecado» de Oliver. Se presentó en su vida Irena y no la aceptó tal como era. Ahora su hija le recuerda a Irena porque recurre a la fantasía. Pero Oliver también ha creado un personaje imaginario. Se llama Amy y vive en el cuerpo de su propia hija. La Amy imaginaria siempre está jugando con niños de su edad y es muy obediente. Pero la Amy real no es infalible. No depende de ella que los demás quieran compartir su tiempo juntos. Y tampoco comprende por qué su padre le insiste tantísimo en que lo siga intentando, pero cuando lo intenta con las personas que sí le interesan de verdad le ponen mil obstáculos.
Del mismo modo, muchos padres de niños con algún problema emocional o discapacidad se aferran a la idea fija de lo que se supone que debería ser su hijo. Proyectan sobre él un hijo imaginario cargado de expectativas muy concretas y elevadas. Y cuando ven que sus retoños no imitan los movimientos de esa proyección, esos Oliver se indignan. ¿No es enfermizo?
La primera parte de esta saga, Cat People, me gusta mucho porque un guion y una producción excelentes son rematados por una dirección soberbia. En esta secuela, falta un poco de aquel sabor noir, pero me gusta por igual porque Oliver finalmente alcanza a aprender la lección. Se da cuenta de que estaba siendo muy injusto con su hija exigiéndole que jugase con otros niños cuando estos niños nunca iban a compartir la misma onda ni los mismos intereses que ella. Oliver deja por fin de comparar a su hija con un ideal ficticio que no hace más que dividirlos.
Amy sólo sigue necesitando a su amiga imaginaria hasta que Oliver deja de proyectar su hija imaginaria sobre su hija de verdad.
Un final feliz que ambos se merecen.
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