Arrebato (Iván Zulueta, 1979) - Reseña sin spoilers

 


TRANSCRIPCIÓN


CLIENTE 1: Hola, quiero ver una película sobre drogadicción.

TAQUILLA: Pase a la sala 1.

CLIENTE 2: Quiero ver una peli de terror con sucesos paranormales.

TAQUILLA: Pase a la sala 1.

CLIENTE 3: Me gustan mucho las óperas de Wagner y quiero ver una versión de El ocaso de los dioses ambientada en el Madrid de finales de los 70.

TAQUILLA: Pase a la sala 1.

CLIENTE 4: ¡Oiga, ¿qué hay en la sala 1?!

TAQUILLA: Arrebato, de Iván Zulueta.


Arrebato es una película que te plantea muchas cuestiones; todas relevantes si eres artista. Tiene una sensibilidad muy especial.

En su día, Zulueta no conectó con el público general porque Arrebato habla de cosas que sólo suelen experimentar los cineastas. Él representó a las personas ajenas al núcleo duro del cine como daltónicas o despistadas en general. Es la película que te tienes que ir a comprar a la tienda de un museo porque en las tiendas normales no les suena ni el nombre. Algunos, incluso se sienten insultados ante la misma mención de su existencia. Quizá asistieron a una de las proyecciones originales, donde tengo entendido que llegaron a proyectar los rollos desordenados.


El protagonista de Arrebato es José, un cineasta de éxito comercial. Sin embargo, como José se pasa toda la película en un estado pasivo de contemplación, o directamente drogado, voy a centrarme en Pedro. Él acumula todo el interés de la película. José es sólo el proxy, el ancla narrativa para que incluso una persona normal pueda aguantar viendo la película cinco minutos.

Pedro vive en la finca ganadera de su familia, sin intromisiones de vecinos que jamás le entenderán. Cuando tiene que relacionarse con extraños, sólo sabe hacerlo mediante el enmascaramiento de sus expresiones. Le convidan y de repente, habla como el típico hombre duro del cine. Esto tiene más valor cuando ves que el resto de secundarios habla como gente de la vida real. Will More nunca habló más irreal que cuando Luís Ciges fue el conserje.


Cuando Pedro pasa mucho tiempo sin hablar con otras personas, pierde control sobre sus cuerdas vocales y le cuesta recolocar la voz para que salgan las palabras. Esto es otro acierto. Esto pasa. La única otra película que recuerdo donde caigan en este detalle es La ventana secreta, de 2004.


Respecto a Pedro y sus rasgos extraños de personalidad, podría ponerme a desbarrar sobre rasgos de condiciones, síntomas de trastornos y demás espasmos. Pero estamos hablando de un personaje cimentado en el misterio. Funciona porque no tienes por qué saber de donde salió, por eso creo que no debemos ahondar en ello. Sobre todo, porque también se le compara con un niño a ratos.

Sus experimentos como cineasta no parecen un gran progreso a día de hoy. Cualquiera puede hacer sus efectos de cámara rápida dándole a un botón en instagram. Pero en los años 70, tenías que vivir en un caserón de una vaquería para poder permitirte comprar tanto celuloide.


Pedro necesita la ayuda de José para profundizar en «una mierda delicada»: La Pausa. El tiempo como punto de fuga. José proporciona a Pedro una nueva herramienta que le hace avanzar en sus experimentos: un temporizador para el tomavistas. Parece que le ha dado el control sobre el tiempo. Con mucha fanfarria, Pedro anuncia que se muda a la gran ciudad para triunfar como en las películas que compraba su madre, donde aparece el Paseo de las Estrellas de Hollywood. Pero el anuncio es interrumpido por un estornudo. La Pausa contraataca cuando te olvidas de ella.


En Madrid, parece que a Pedro le va bien. Al menos, desde el punto de vista de la sociedad más fijada en los logros externos. Pero él está cayendo presa de mil chorradas que le quitan la energía, mil vampiros de ciudad. Ha perdido el ritmo, su propio ritmo. Al igual que pasa con José, aparece La Pausa encarnada: una mujer que trata de llevarlo de regreso a las actividades que hacen todos los demás. O según como se mire, al redil de las mil chorradas.

Pedro aparta a todos sus presuntos amigos y vuelve con su cine. Sin embargo, palidece por momentos. Se parece cada vez más a Cesare, el hombre flaco de El gabinete del Dr. Caligari. ¿Es acaso el cine otro vampiro? Y no me refiero al precio de los "kodachromes".

¿El cine también es un vampiro? Por ejemplo, ¿debería yo dejar de escribir reseñas, locutarlas, editarlas y subtitularlas, y centrarme de una vez en la literatura? No lo sé, ¿la literatura me va a matar igual?

¿Dónde se acaban las chorradas? ¿Cómo reconocer las chorradas?

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